El general en su laberinto by Gabriel García Márquez

El general en su laberinto by Gabriel García Márquez

autor:Gabriel García Márquez [García Márquez, Gabriel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1989-01-01T05:00:00+00:00


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El sueño del general empezó a desbaratarse en pedazos el mismo día en que culminó. No bien había fundado Bolivia y concluido la reorganización institucional del Perú, cuando tuvo que regresar a las volandas a Santa Fe, urgido por las primeras tentativas separatistas del general Páez en Venezuela y los gatuperios políticos de Santander en la Nueva Granada. Esta vez Manuela necesitó de más tiempo para que él le permitiera seguirlo, pero cuando por fin lo hizo fue una mudanza de gitanos, con los baúles errantes en una docena de mulas, sus esclavas inmortales, y once gatos, seis perros, tres micos educados en el arte de las obscenidades palaciegas, un oso amaestrado para ensartar agujas, y nueve jaulas de loros y guacamayas que despotricaban contra Santander en tres idiomas.

Llegó a Santa Fe apenas a tiempo para salvar la poca vida que le quedaba al general en la mala noche del 25 de septiembre. Habían transcurrido cinco años desde que se conocieron, pero él estaba tan decrépito y dubitativo como si hubieran sido cincuenta, y Manuela tuvo la impresión de que tantaleaba sin rumbo en las nieblas de la soledad. Él volvería al sur poco después para frenar las ambiciones colonialistas del Perú contra Quito y Guayaquil, pero ya todo esfuerzo era inútil. Manuela se quedó entonces en Santa Fe sin el menor ánimo de seguirlo, pues sabía que su eterno fugitivo ya no tenía ni siquiera para dónde escapar.

O'Leary observó en sus memorias que el general no había sido nunca tan espontáneo para evocar sus amores furtivos como aquella tarde de domingo en Turbaco. Montilla pensó, y lo escribió años después en una carta privada, que era un síntoma inequívoco de la vejez. Incitado por su buen humor y su ánimo confidente, Montilla no resistió la tentación de hacerle al general una provocación cordial.

«¿Sólo Manuela se quedaba?», le preguntó.

«Todas se quedaban», dijo en serio el general. «Pero Manuela más que todas».

Montilla le guiñó un ojo a O'Leary, y dijo:

«Confiésese, general: ¿cuántas han sido?»

El general lo eludió.

«Muchas menos de las que usted piensa», dijo.

En la noche, mientras tomaba el baño caliente, José Palacios quiso aclararle las dudas. «Según mis cuentas son treinta y cinco», dijo. «Sin contar las pájaras de una noche, por supuesto». La cifra coincidía con los cálculos del general, pero éste no había querido decirlo durante la visita.

«O'Leary es un gran hombre, un gran soldado y un amigo fiel, pero toma notas de todo», explicó. «Y no hay nada más peligroso que la memoria escrita».

Al día siguiente, después de una larga entrevista privada para enterarse del estado de la frontera, le pidió a O'Leary que viajara a Cartagena con el encargo formal de ponerlo al día sobre el movimiento de barcos para Europa, aunque la misión verdadera era mantenerlo al corriente de los pormenores ocultos de la política local. O'Leary tuvo apenas tiempo de llegar. El sábado 12 de junio el congreso de Cartagena juró la nueva constitución y reconoció a los magistrados elegidos. Montilla, junto con la noticia, le mandó al general un mensaje ineludible:

«Lo esperamos».



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